lunes

Quito


Hoy, para volver con buena cara, es día de doble post.

No sé si alguna vez lo dije pero cada vez que conozco una nueva ciudad me convenzo de que es Quito la ciudad donde quiero vivir y terminar mis días. Es más, me veo viviendo en un departamento de La Mariscal, rodeada de la ciudad y del movimiento. Adoro mi barrio, he vivido toda mi vida en él (solo me fui un poquito más al norte un año y estuve medio año en Madrid, pero volví), todo queda cerca, tiene muy buena comunicación con el resto de la ciudad, puedes comer lo que quieras, puedes ir a donde quieras, puedes comprar lo que quieras, te queda cerca de los sitios de diversión, de la famosa 'zona', de los sitios de reunión, en fin, de todo, hasta queda cerca de la U. En fin, La Mariscal es mi barrio y Quito es mi ciudad.


Pero de un tiempo acá Quito se ha convertido en una mierda. Y lo digo con toda la pena y con toda la bronca y con todo el desaliento de ver morirse a tu ciudad. Yo amo a Quito, mi sitio está aquí, pero de pronto es una mierda caminar en paz, todo está muy violento, antes oías de robos y de asaltos porque le había pasado al primo borracho del hermano de tu novio. Ahora te asaltan a ti y te escapas de que te asalten mil veces más. Es horrible, porque esta ciudad maravillosa ahora se ha vuelto tan arisca, ya no puedes salir en paz después de las seis, tienes que estar mirando a todas partes para ver si no te siguen, tienes que estar desconfiando y cuidándote.

Y, lo que es peor, todo es mucho más violento que antes. Para quitarte el celular te pegan y puedes morir si te resistes, es horrible.


Pero amo a Quito, y aunque a veces me planteo seriamente la opción de huir e irme lejos, adonde la vida sea más segura, me sigo quedando y me quedaré... Ojalá algún día las cosas mejoren y se pueda volver a caminar en paz, sin miedos, mirando toda la maravilla que te rodea.

viernes

La relación que no lo es

Hace algún tiempo, dejé irse a un oasis. ¿Lo recuerdan? No, no me estoy arrepintiendo para nada. Pero de vez en cuando me viene a la mente esa historia porque recuerdo qué fue lo que hizo que quisiera alejarme: yo quería que las cosas tuvieran nombre y por esa manía cerré las puertas y todo se acabó. Bueno, bueno, no todo fue por mi manía, también fue porque tenía que acabarse y porque yo ya había esperado demasiado, en fin.

Resulta que lo que tengo con PJ tampoco tiene un nombre y supongo que nunca lo tendrá. Y el tiempo va pasando y nos vamos quedando y al final todo es tan genial que no importa si tiene o no un nombre. Es extraño, porque en otros tiempos yo hubiera sido la primera en preguntar qué somos y en empeñarme en nombrar las cosas y decir hasta aquí si esto no tiene nombre. Pero ahora todo está bien.

A veces, cuando me encuentro con aquel oasis en el messenger pienso que quizá las cosas hubieran sido más felices si supiera lo que sé ahora, pero no me arrepiento de cómo fueron, igual tenía que pagar un precio para aprender la lección. Solo espero que él esté bien y encuentre a alguien como yo lo encontré.

Hay días en que pienso en esta historia con PJ, que no tiene un camino trazado, que no se llama nada, y pienso en parar y seguir mi camino. Pero hay otros días, la mayoría, en que pienso en él y lo miro dormir a mi lado, hacer el café, traer las golosinas que me gustan, hasta estar por todo lado con esa manía de poner todo en orden y decir la última palabra, y agradezco de todo corazón por el ascensor que hizo que nos juntáramos y por las mil razones que hacen que todos los días podamos compartir un pedacito de vida. Y si se acaba mañana, Diosito no quiera, estoy segura de que aproveché cada uno de los instantes.

Eso, qué bueno que una pueda de vez en cuando aprender lecciones.