viernes

Inhalar, exhalar y contar hasta cien

Falta un día para que este año tan malo se termine. Estoy aquí con una copita de vino y oyendo una selección de mis canciones favoritas. Y pensando en todas las cosas que tengo que hacer y en todo lo que tengo que dejar, en lo que tengo que dejar que se vaya, en lo que tengo que dejar que pase, en lo que tengo que dejar que fluya, en lo que tengo que dejar que sea... en fin, en todo lo que esta Olivia, patológicamente impaciente debe dejar para poder ser. Últimamente estoy tratando de respirar hondo y contar hasta cien, una vez tras otra. Me cuesta tomarme las cosas con calma, me cuesta muchísimo aceptar que hay mil cosas que no puedo manejar, que no todo depende de mí y de mi buena fe, me cuesta mucho, y esa es la gran lección que me deja este año de mierda: que debo aprender a esperar, que debo respirar y contar hasta cien cada vez que la ansiedad quiera hacer de las suyas, que todo llega a su momento, que los tiempos de Dios son tiempos perfectos y que todo se irá dando y seguirá su cauce. Pero me cuesta aprender esta gran lección, me cuesta no plantarme a gritos frente al altar de la paciencia y mandar todo a la mierda. Y eso que en estos últimos tiempos, en estas últimas semanas de este año las cosas van teniendo configuraciones nuevas, voy sintiendo que la cosecha se acerca y tengo fe, mucha fe. Pero me sigue costando ser paciente, pese a los augurios y a las promesas y al solcito que se asoma después de tanto tiempo por las hendijas de las ventanas. En fin, empiezo este año con esperanza pero como mantra debo respirar respirar respirar y contar hasta cien cada vez que la ansiedad quiera aguarme los planes.