sábado

S. y la obligación de no quejarse

Conocí a S. el año pasado. Bueno, decir que la conocí es un poco inexacto porque nunca he visto su cara ni he escuchado su voz. Solo sé que existe porque la tengo en el messenger y porque todos los días, gracias, desde octubre aprendo algo nuevo sobre el oficio del editor y sobre la obligación de no quejarse.
Resulta que S. tuvo hace mucho tiempo un accidente grave que le trajo terribles consecuencias, al punto que ni los médicos logran entender cuál es el milagro que la mantiene viva. Su vida transcurre entre el hospital y la casa y siempre tiene que estar conectada a máquinas que le dan lo que su cuerpo no puede producir.
Sin embargo, pese a todos los inconvenientes que le trae su enfermedad, ella es una de las personas más activas que conozco. Es esta actividad la que la mantiene viva. Ella no se deja morir en una cama y busca cada vez cosas que hacer y maneras de ayudar a otros y de ayudarse. Ella dice que todo es una terapia, y seguro lo es, pero yo creo que la cosa va más allá: es una cuestión de sacarle el jugo a la vida y de aprender a vivir cada uno de los instantes que tienes como si realmente fuera el último.
Yo tiendo a quejarme frecuentemente y por todo, por ejemplo, llevo trabajando casi sin para como tres semanas y siento que no puedo con mi vida, pero de pronto me acuerdo de S. y caigo en la cuenta de lo pequeños que son mis problemas y de lo poco que hago para minimizarlos. A veces pasa que no nos damos cuenta de lo afortunados que somos, de lo completos y lo sanos y lo llenos de vida que estamos, de los millones de cosas que hay a nuestro alrededor.
Qué pena que siempre tenga que haber personas como S. para hacernos caer en cuenta de nuestra estupidez en lugar de ser capaces de agradecer nada más al abrir los ojos.

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