miércoles

Rumbos

Hoy me encontré con un buen amigo que no veía hace muchísimo tiempo. Él estuvo lejos del país como cinco años, estudió su maestría y volvió. Como todos los que vuelven después de algún tiempo, el choque cultural que siente es muy fuerte, y lo entiendo. Incluso cuando uno está lejos por poco tiempo y vuelve siente ese choque: en el tráfico, en la manera como la gente te trata, en las oportunidades laborales, en el aire que respiras, en el transporte público, en todo. Y choca mucho porque es como que conoces otras realidades y quisieras que la tuya, tu realidad cotidiana, fuera mejor. Pero al final uno siempre termina quedándose, aunque en el fondo del alma sienta esa necesidad urgente de irse. En fin, es siempre una relación de amor odio.

Otra cosa de la que hablamos es de este tiempo extraño en el que nos encontramos. Es un tiempo extraño en el que nos encontramos varios de nosotros. Un tiempo de cambios, de no saber exactamente adónde ir, de hallarnos de pronto sin asideros y sin un rumbo fijo. A inicios de este año dejé el empleo en el que estuve cinco años y una actividad a la que me había dedicado ya durante siete años. Fue un poco como un salto al vacío, salir de totalmente de la zona de confort y es extraño. Es extraño porque de pronto te encuentras, a tus treinta y dos años, sin saber adónde ir.

¿Será que de verdad es tan importante saber adónde ir o es que la sociedad nos ha impuesto esa idea de que si no tienes un rumbo claro luego de los treinta eres un loser? No lo sé, solo sé que me siento extraña, no mal, pero sí extraña y un poco perdida. Y hoy, cuando conversé con mi amigo, sentí que a él le pasaba lo mismo a sus treinta y cinco años.

Salir de la zona de confort sin duda es muy extraño porque te sientes lanzado a un mundo que no conoces, a uno que tú mismo tienes que construir y es lógico que eso asuste. Los cambios siempre asustan pero atraen, lo desconocido te obsesiona y lo buscas. Eso.

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